TELEVISIÓN: MURO DE LOS NUEVOS TIEMPOS O ESPACIO LIBRE PARA LA INTEGRACIÓN CULTUROLÓGICA DE LA IMAGEN*
02.01.2013 20:37
TELEVISIÓN: MURO DE LOS NUEVOS TIEMPOS O ESPACIO LIBRE PARA LA INTEGRACIÓN CULTUROLÓGICA DE LA IMAGEN*
Primera parte
La disponibilidad para adaptarse a la vida en los seres humanos, hoy y siempre, es sin duda alguna, la capacidad indispensable de poderse integrar o separar, a partir del constante cambio que producen los sentidos.
De este modo, la sensibilidad es parte fundamental del proceso de reconocimiento de la heterogeneidad dentro de un contexto en particular, o bien, a partir de todo aquello que nos rodea. La distancia dibujada en el anatema de lo efímero, impide emprender una comunicación apropiada, ampliamente propagada hacia diversas cosmogonías, junto con cierto anclaje visual hacia la dependencia de signos inmediatos que el ambiente sociocultural proporciona, sumergiendo al individuo, modificado, en los mares de una deficiente democracia iconográfica, bajo desechables manifestaciones culturales y estéticas de la información o de interés lúdico (público o privado), las cuales enarbolan supuestas variantes de la panacea; la felicidad y el “buen camino” desde hace más de un siglo.
Ello sucede, debido a la falta de contacto social directo, sea por la mutación de las formas tradicionales del lenguaje, sea por el poderosísimo intercambio de gustos y hábitos, distribuyéndose sin equidad la pertenencia a facultades en materia de individualidad mediante el yugo de una colectivización que está siendo teledirigida, para utilizar palabras de Sartori, que van del rito familiar hasta la monotonía del desempeño laboral.
Por tanto, el medio audiovisual ha sabido entre tecnologías y tipologías de interrelación simbólica, virtual, semántica, crecer y desarrollarse con otros medios y nuevas herramientas de representar al mundo, a través de la explotación de esa necesidad de identificar aquello que es lo otro o los otros. Factores de acción y reacción sensorial, aislados y disminuidos en la banalización del conocimiento, sólo obtienen identidad en la cultura de la imagen. Con gran protagonismo, la televisión es capaz de mezclar concepciones de innumerables cuestiones filosóficas y artísticas con inclusive, temas culinarios o de carácter espectacular. Eje de comunicación sin tratados complejos, la mayoría de las veces superficiales, como parte de su naturalidad, es el masificador de ideas y pasiones prioritariamente hacia la enajenación. Medio de transmisión iconográfica, la producción televisiva, debido al cauce original de su proceso en cuanto a señal se refiere, permite que la ama de casa, el chofer del microbús y hasta el burócrata, establezcan deliberadamente un tiempo de acción que corrobore de igual manera, un espacio definido por la trayectoria de sus actos, en los que detenidos por el momento de visualizar un programa en particular, inviten naturalmente al quehacer diario de su trabajo, como parte de una catarsis que implica ver parado, sentado o acostado, el televisor.
Una institución total –escribe Goffman- puede definirse como un lugar de residencia y trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente. El aislamiento social, primordial en la actividad televisiva, incide, en mantener un estatismo en el espectador, a persuadirlo y fragmentarlo en una especie de ser dependiente de la propia imaginación visual y sonora que las temáticas de un programa en específico producen, llevándolo a crear una agenda predispuesta y buscar en el espacio confinado con el televisor, la identidad del encierro; control social que sugiere no separarse al menos, por un lapso bien definido, de un itinerario de comunicación mediatizada.
Pero, ¿qué es lo que pasa en una producción audiovisual, limitada por la virtualidad de la información y el rezago o la carencia, indescifrable e inconexa, prescindiendo de la explotación del lenguaje en un contexto de comunicación real, frente a frente con alguna otra persona, y que además queda integrado en un plano general y lineal con lo que se difunde en pantalla? Una respuesta cercana podría situarse en el hecho de hasta dónde es capaz de dispersarse el telespectador por el camino de la cordura, el criterio y la disponibilidad.
Por lo demás, apartarse de la intolerancia y derribar el exceso de imprudencia que no soporta contenidos televisivos que se presentan fuera de sus gustos y preferencias, habría de ser una batalla intelectual de provecho. En una sociedad donde el tamaño considerable de los objetos, toma gran importancia, obedece a la magnificencia tradicional y familiar preferentemente, de percibirlo como un bien mayor, instituido por la aparente confianza y comodidad que proporciona, con el cual podemos adquirir cierto nivel social, procura caer en la reflexión de que un nuevo tótem de las sociedades informatizadas es el aparato televisivo. Entre más grande se piensa, es mejor.
Ello sucede, debido a la falta de contacto social directo, sea por la mutación de las formas tradicionales del lenguaje, sea por el poderosísimo intercambio de gustos y hábitos, distribuyéndose sin equidad la pertenencia a facultades en materia de individualidad mediante el yugo de una colectivización que está siendo teledirigida, para utilizar palabras de Sartori, que van del rito familiar hasta la monotonía del desempeño laboral.
Por tanto, el medio audiovisual ha sabido entre tecnologías y tipologías de interrelación simbólica, virtual, semántica, crecer y desarrollarse con otros medios y nuevas herramientas de representar al mundo, a través de la explotación de esa necesidad de identificar aquello que es lo otro o los otros. Factores de acción y reacción sensorial, aislados y disminuidos en la banalización del conocimiento, sólo obtienen identidad en la cultura de la imagen. Con gran protagonismo, la televisión es capaz de mezclar concepciones de innumerables cuestiones filosóficas y artísticas con inclusive, temas culinarios o de carácter espectacular. Eje de comunicación sin tratados complejos, la mayoría de las veces superficiales, como parte de su naturalidad, es el masificador de ideas y pasiones prioritariamente hacia la enajenación. Medio de transmisión iconográfica, la producción televisiva, debido al cauce original de su proceso en cuanto a señal se refiere, permite que la ama de casa, el chofer del microbús y hasta el burócrata, establezcan deliberadamente un tiempo de acción que corrobore de igual manera, un espacio definido por la trayectoria de sus actos, en los que detenidos por el momento de visualizar un programa en particular, inviten naturalmente al quehacer diario de su trabajo, como parte de una catarsis que implica ver parado, sentado o acostado, el televisor.
Una institución total –escribe Goffman- puede definirse como un lugar de residencia y trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente. El aislamiento social, primordial en la actividad televisiva, incide, en mantener un estatismo en el espectador, a persuadirlo y fragmentarlo en una especie de ser dependiente de la propia imaginación visual y sonora que las temáticas de un programa en específico producen, llevándolo a crear una agenda predispuesta y buscar en el espacio confinado con el televisor, la identidad del encierro; control social que sugiere no separarse al menos, por un lapso bien definido, de un itinerario de comunicación mediatizada.
Pero, ¿qué es lo que pasa en una producción audiovisual, limitada por la virtualidad de la información y el rezago o la carencia, indescifrable e inconexa, prescindiendo de la explotación del lenguaje en un contexto de comunicación real, frente a frente con alguna otra persona, y que además queda integrado en un plano general y lineal con lo que se difunde en pantalla? Una respuesta cercana podría situarse en el hecho de hasta dónde es capaz de dispersarse el telespectador por el camino de la cordura, el criterio y la disponibilidad.
Por lo demás, apartarse de la intolerancia y derribar el exceso de imprudencia que no soporta contenidos televisivos que se presentan fuera de sus gustos y preferencias, habría de ser una batalla intelectual de provecho. En una sociedad donde el tamaño considerable de los objetos, toma gran importancia, obedece a la magnificencia tradicional y familiar preferentemente, de percibirlo como un bien mayor, instituido por la aparente confianza y comodidad que proporciona, con el cual podemos adquirir cierto nivel social, procura caer en la reflexión de que un nuevo tótem de las sociedades informatizadas es el aparato televisivo. Entre más grande se piensa, es mejor.